Autobiografía y autoficción

A qué nos referimos con autoficción. Cuál es la diferencia entre autoficción y autobiografía. Por qué la gente escribe sobre sus propias experiencias. Por qué inventar al escribir sobre experiencias propias. Política, terapia, mercado y otras dimensiones de la autobiografía.

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LA ESCRITURA AUTOBIOGRÁFICA

Phillipe Lejeun, teórico francés, ha definido la autobiografía como un relato retrospectivo en prosa que una persona hace de su propia existencia, poniendo el acento en su vida individual.

De acuerdo a Lejeun, la principal característica de las autobiografías es la concordancia entre una autora, una protagonista y una narradora que utilizan el pronombre “yo” para narrar.

Dice también que en la lectura de ese tipo de textos se establece un pacto (que él llama pacto autobiográfico) entre la autora y la lectora en el que la autora se compromete tácitamente a contar la “verdad” sobre su vida y la lectora, a creer en el relato ofrecido. Lo que no significa, por supuesto, que no se haya mentido mucho en este tipo de textos.

Géneros típicamente autobiográficos son memorias, testimonios, crónicas, cartas, autorretratos, confesiones, diarios, bitácoras de viaje y autobiografías propiamente tales.

¿POR QUÉ HABLAR DE AUTOFICCIÓN?

El primero en usar el término “autoficción” fue el escritor francés Serge Doubrovsky en 1977. Lo definió como “ficción de acontecimientos estrictamente reales” y lo usó para describir su novela Fils, donde un narrador con su nombre se inserta en una trama imaginada: una sesión de psicoanálisis que sirve de marco para la evocación de memorias y reflexiones que sí son reales.

Parafraseando la noción de “pacto autobiográfico” propuesto por Lejeune, Doubrovsky habla de un “pacto ambiguo”, una zona intermedia entre el “pacto autobiográfico” y el “pacto novelesco”. Tanto la autora como la lectora se moverían en esta zona ambigua, frontera entre lo real y lo inventado, donde no existen certezas.

Mercado editorial y academia

Desde la década del 80, el concepto se populariza. El culto a la personalidad y la curiosidad del público por las autoras como personajes convierten a la autoficción en en un producto apetecido por el mercado editorial.

Por otro lado, el concepto de autoficción sirve también al interés de la academia por describir y clasificar géneros crecientemente híbridos que rompen y combinan tradiciones genéricas (autobiografía, novela, confesión, epístolas, memorias, ensayo, etc.).

Hoy el concepto es utilizado para describir distinto tipo de textos:

  • todas las aventuras intermedias entre autobiografía y ficción, (como Fils [1977], la ya citada obra de Doubrovsky, o Verano [2009] de Coetzee, donde un biógrafo ficcional entrevista a las mujeres del autor Coetzee luego de su muerte).
  • autobiografías que utilizan formas poco habituales (como Infancia y Juventud de Coetzee, narradas en tercera persona y presente).
  • formas paródicas o ficcionales de géneros tradicionalmente vinculados a lo autobiográfico (Como Amistades peligrosas [1782], Drácula [1897], o Diario de un loco [1835] de Nikolai Gogol).
  • textos en los que hay unidad entre autora, narradora y personaje, pero esta no tiene una presencia protagónica (por ejemplo, Vidas ajenas [2009] de Emanuel Carrere o Soldados de Salamina [2008] de Javier Cercas)
  • textos en los que la narradora tiene una tendencia a la digresión y el comentario interno fácilmente atribuibles a la autora.
  • textos en los que la autora aparece ficcionalizada y hay rupturas con la verosimilitud realista (Borges y yo)

Dificultad de distinguir autobiografía de ficción

En rigor, “ficción inspirada en la propia vida” es difícilmente distinguible de “ficción” a secas. En toda obra literaria hay elementos autobiográficos, toda obra de ficción se apoya en la experiencia de sus autoras, éstas siempre “prestan” aspectos de sus vidas y de sus personalidades a sus personajes.

Y, viceversa, en toda autobiografía hay ficción. Los textos autobiográficos pueden ser más o menos verosímiles, más o menos sinceros, más o menos inocentes respectos de sus artilugios, pero siempre son representaciones literarias y no vidas expuestas, desplegadas. La autobiografía sin ficción sería como la memoria de Funes (Borges, 1942): inabarcable, incomprensible.

Toda narración es una ficción del mismo modo en que toda fotografía es una ficción, no una réplica de la realidad. Se elige qué fotografiar y qué no, se recorta la realidad, se decide qué destacar y qué dejar fuera de foco, etc. De igual modo, cada vez que alguien narra una experiencia decide cuál será el tema de su historia, qué va a resaltar, cuál será el punto de vista, qué personajes incluirá, protagónicos y secundarios, qué episodios incluirá para expresar lo que le interesa y de qué manera los irá enlazando, qué interpretación favorecerá, por ejemplo, ¿destacará el sentido o el absurdo de lo que narra?

Toda narración es distinta de la vida expuesta de la misma manera en que el famoso cuadro de Magritte no es una pipa. Es una representación de una pipa construida a partir de técnicas pictóricas, asociada mimética y convencionalmente a la pipa que representa, pero no, no es una pipa.

Sustentos filosóficos de la autobiografía en retirada

La autobiografía se sustenta en nociones deslegitimadas por la filosofía. La autobiografía supone una versión real, verdadera, sobre la propia historia. Hoy pensamos que esa objetividad no es posible, que no es posible una narradora pueda dar cuenta objetivamente de su propia vida (ni de nada). Existen versiones de la historia, de nuestras vidas y experiencias, dominantes, subalternas o en estado de potencia, versiones que compiten por el poder (de formularse, de comunicarse y legitimarse), no una Historia, sino historias, en plural, a veces rígidas, anquilosadas, otras frágiles, necesitadas de protección para poder enunciarse.

La autobiografía se sustenta en nociones deslegitimadas por la psicología, como la identidad entendida como algo fijo, unitario, cognoscible; y el yo, como una entidad con limites bien definidos. La autoficción, entonces, viene a llenar los vacíos dejados por estas nociones comprometidas. Se presta mejor para dar cuenta de los flujos, rupturas y transformaciones relacionados con la identidad, y con las fronteras porosas entre los sujetos y sus entornos.

Potencial de la autoficción para representar la realidad

No siempre son el realismo y el recuento exhaustivo de los hechos los mejores instrumentos para dar cuenta de una verdad. La máscara de la ficción, los artilugios de las artes narrativas, las licencias poéticas, los símbolos y las analogías nos permiten expresar verdades de maneras más intensas y precisas que las descripciones de un naturalista o el recuento de los hechos de los expedientes judiciales.

Intentar apegarse a los hechos puede constreñir las posibilidades expresivas del texto. La vida es más aburrida que la ficción. Aunque el dicho sugiera lo contrario, la vida está hecha de espacios muertos, repeticiones monótonas, hechos que no alcanzan a ser acontecimientos. Aunque haya autores notables que pueden expresar la experiencia humana a partir la descripción de estos tiempos detenidos (pienso en Don DeLillo, por ejemplo), por lo general, son momentos más dramáticos los que configuran las biografías que le dan coherencia a la vida.

A diferencia de la autobiografía con sus ataduras a lo real, lo objetivo y lo verificable, en la autoficción podemos tomarnos todas las libertades. Es (o eso queremos) un espacio de libertad. Podemos modificar a nuestro arbitrio los hechos, podemos darle rienda suelta a la fantasía, podemos tomarnos todas las licencias poéticas que nos dé la gana. Quizá de esta forma nuestro texto sea más real.

Como dijo Oscar Wilde: “Dale a un hombre una máscara y te dirá la verdad”. La literatura autoficcional, las publicaciones anónimas y las relaciones lúdicas nos permiten experimentar con nuestra identidad, desplegar sus posibilidades.

Por todo lo anteriormente dicho, en adelante hablaremos indistintamente de autobiografía y autoficción, excepto cuando queramos referirnos a explícitamente a lo que podría diferenciarlas.

DIMENSIÓN TERAPÉUTICA DE LA ESCRITURA AUTOBIOGRÁFICA

Gran parte de la acción terapéutica consiste en la construcción de una narrativa personal que dotaría de sentido, aumentaría la agencia y serviría de brújula moral a las personas. Las conversaciones terapéuticas otorgan un contexto para revisar de manera crítica las historias sobre nuestras propias experiencias que nos hemos contado a nosotras mismas y que nos han contado los demás, de modo de posibilitar la construcción de una narrativa personal reflexiva, creativa, atenta; no escrita por la inercia, el miedo, la culpa, el matonaje, los otros.

Una narrativa que ordene los eventos vitales según una lógica personal, criticando la forma en que la historia familiar o social nos han sido narradas, destacando lo que ha sido ignorado, minimizando lo que ha sido exagerado, volviendo heroínas a las monstruas y monstruos a los santos, reconociendo—y de ese modo liberando—deseos ocultos, reconociendo—y de ese modo reforzando—propósitos personales, contradiciendo versiones anquilosadas sobre nuestras experiencias que limitan nuestro entendimiento, contradiciendo versiones anquilosadas sobre nuestra identidad que limitan nuestra capacidad de actuar y transformar nuestro entorno, liberándonos de identidades que nos constriñen (víctimas, inútiles, culpables, buenas, malas, indeseables) y ayudándonos a dotar de sentido a nuestras vidas.

DIMENSIÓN SOCIAL DE LA ESCRITURA AUTOBIOGRÁFICA

No todas las subjetividades se formulan, comunican, diseminan. Hay voces que han sido históricamente excluidas. La literatura, en sus géneros privilegiados (novela, poesía, ensayo), ha sido históricamente un club de Toby muy distinguido al que sólo han tenido acceso hombres blancos, burgueses y heterosexuales, salvo contadas excepciones. Sin embargo, siempre que han podido acceder a la escritura, las mujeres y otros sujetos subalternos, han escrito diarios, cartas, memorias.

  • Esclavxs (Solomon Northup)
  • Negrxs (Audre Lorde)
  • Indígenas (Rigoberta Menchú)
  • Homosexuales (Joe Orton, Reinaldo Arenas, Pedro Lemebel)
  • Lesbianas (Itziar Ziga, Monique Wittig, Virginie Despentes)
  • Transexuales (Paul Preciado, Camila Sosa)
  • Jóvenes y niñxs (Joven y alocada, Ana Frank, Malala Yousafzai)
  • Pobres (Manuel Rojas)
  • Locxs (Leopoldo Panero)
  • Criminales (Gomez Morel, Jean Genet)
  • Adictxs (Jean Cocteau, Charles Bukowski)

Gracias a la web 2.0, en el siglo XXI ha habido una explosión de nuevas subjetividades públicas y hemos podido conocer, en primera persona, las visiones subjetivas de (una parte) de estos sujetos históricamente subalternos y silenciosos. Al diversificarse las voces, los equilibrios de poder se transforman y la cultura muta. Si no como opciones políticas tradicionales, al menos como valores, estilos de vida, redes, resistencias, estéticas.

Al narrar nuestras vidas no solo relatamos nuestras experiencias sino que las construimos, las dotamos de sentido, cuestionamos las identidades que se nos han impuesto desde fuera y nos posicionamos políticamente.

Mujeres

Hoy, dos de cada tres personas analfabetas en el mundo son mujeres. Como estrategia de dominación, durante mucho tiempo fue prohibido por ley que las mujeres aprendieran a leer. No podían narrar sus propias historias, no podían hacer públicas sus experiencias ni visiones, no podían votar, no podían dejar testimonio (la palabra “testiga” aún no es reconocida por los diccionarios).

Escribimos desde una clase social, un género, una raza, una cultura, un cuerpo determinados socialmente. Y, estemos o no conscientes de ello, lo expresamos.

Las mujeres a lo largo de la historia han cultivado aquellos géneros considerados menores, como diarios, epístolas, géneros de expresión circunscritos al ámbito privado en el que han estado históricamente confinadas.

Las condiciones de producción, circulación y recepción de las cartas y otros géneros menores no suponen la aprobación de expertos, comités editoriales, censores de las buenas costumbres, jurados y otros grupos de varones privilegiados.

En general, son textos que se conforman con lectores cómplices y limitados, se acomodan bien al anonimato y no aspiran al reconocimiento público de una “autoría”.

Estos géneros menores han servido a las mujeres para tomarse la palabra, expresar y difundir subjetividades acalladas en la vida pública, elaborar y comunicar posiciones ideológicas, narrar sus propias vidas, construir redes y complicidades, influenciar en el mundo público (a pesar de su circulación restringida) y dejar testimonio de una visión distinta (no masculina) de la historia y la vida privada.

El eslogan feminista Lo privado es político invita a prestar atención a las condiciones de las vidas domésticas de las personas, sus contextos familiares y sus relaciones íntimas, y a las relaciones de poder que se establecen en estos contextos. Ya no sólo son considerados políticamente relevantes los textos que hablan de grandes gestas, hazañas diplomáticas, crisis institucionales, guerras, ni sólo de procesos sociales a gran escala. Lo político se revela en las vidas cotidianas de las personas y en la manera en que estas vidas son significadas a través del lenguaje.

¿POR QUÉ ESCRIBIR TEXTOS AUTOBIOGRÁFICOS?

Los motivos para escribir textos autobiográficos pueden ser muy diversos. Hay sin embargo algunos más generales y recurrentes: para auto-justificarse; para auto-promocionarse; para dar testimonio de injusticias; para saldar cuentas; para comunicar afecto u otras emociones; para velar por la memoria personal, familiar, comunitaria y/o social; para defender causas, dar cuenta de verdades ocultas; para reparar daños; para dar una versión alternativa a la versión hegemónica de la historia (aquella que domina en la familia, la comunidad, la sociedad); para comprenderse a una misma, construirse a una misma; para dar cuenta de mundos singulares, idiosincrasias particulares; por joder, por hueviar, porque sí.

¿Cuáles son los tuyos?

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