El momento

Cierras los ojos y vuelves a un lugar a punto de ser olvidado; lo haces para ejercitar el músculo de la memoria, para rescatar trocitos de la misma, para prevenir el Alzheimer. Estás de pie en la parte de atrás de una camioneta abierta, una pick up. La camioneta va a unos setenta kilómetros por hora, suficiente para que sea emocionante. Te aferras a un fierro como si fueran las riendas de un caballo, controlando el miedo. Junto a ti hay dos muchachos, tus amigos. Se arrojan sonrisas, como si sus vidas hubiesen sido una mera preparación para este instante. Sueltas los brazos, vuelas. Alrededor del camino hay plantaciones de plátanos, con sus hojas inmensas, sus racimos abundantes. De cuando en cuando, una casa. Vidas domésticas generosamente expuestas, en la radio una bachata. Cuatro palos, un tipo durmiendo en una hamaca con el sombrero puesto, dos mujeres vestidas de algodón celeste y ajustado que desgranan frijoles en un balde, niños, gallinas, perros. Luego plátanos y más plátanos, un universo de plátanos, un viraje y la velocidad que disminuye, las piedras bajo las ruedas, más vidas a la vista, seres humanos conversando, moviéndose de aquí para allá, y animales, plástico, algodón, madera. La camioneta detiene su motor.

¡Gracias! ¡Gracias! ¡Buen viaje! Mientras, descargan las mochilas donde llevan las pocas cosas que necesitan. Todo lo demás, todo lo que quedó en Santiago, es superfluo, como también las seis décadas que aún les quedan por vivir.

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