La excitación es intensa pero no específicamente genital. Yo me desnudo de forma simplemente práctica. Ni ceremoniosa ni apresurada. Irradio autoridad. Unas cuantas pollitas se rajan por el camino, pero muy, muy pocas. Las que se quieren ir, se van. El encierro es muy abstracto. Las cintas son de satén negro, compradas por catálogo. A medida que se someten a cada orden y a cada petición yo respondo con frases de reafirmación positiva, como, por ejemplo, Bien y Buena chica. Les digo que los nudos son lazos dobles y que se apretarán automáticamente si intentan resistirse o forcejear. En realidad no lo son. En realidad no existe nada que se llame lazos dobles. El momento crucial llega cuando yacen desnudas delante de mí, fuertemente atadas de las muñecas y los tobillos a los cuatro postes de la cama. Aunque ellas no lo saben, los cuatro postes son decorativos y no son macizos en absoluto y sin duda se romperían si ellas forcejearan para liberarse. Les digo: Ahora estás totalmente en mi poder. Las recuerdo allí desnudas y atadas a los postes de la cama, abiertas de brazos y piernas. Yo estoy de pie, desnudo, a los pies de la cama. Luego cambio deliberadamente la expresión de la cara y pregunto: ¿Tienes miedo? Dependiendo de cuál sea su actitud en esos momentos, a veces cambio la pregunta: ¿No tienes miedo? Ese es el momento crucial. Es el momento de la verdad […] El clímax es la reacción del sujeto a esta frase. Al ¿Tienes miedo? Lo que hace falta es un reconocimiento doble. Ella tiene que reconocer que en esos momentos está totalmente en mi poder. Y también tiene que decirme que confía en mí. Tiene que decirme que no tiene miedo de que yo la traicione o abuse del poder que ella me ha cedido. La excitación alcanza su cota máxima durante esta conversación y entra en un clímax prolongado que dura exactamente todo el tiempo que a mí me cuesta hacerle admitir todas esas cosas. […] Es entonces cuando lloro […] Me acuesto al lado de ellas y les explico los orígenes psicológicos del juego y las necesidades que satisface en mí. Les abro el interior más profundo de mi psique y les pido compasión. Es muy raro el sujeto que no se queda muy, pero muy conmovido. Me reconfortan lo mejor que pueden, teniendo en cuenta que están limitadas por las ataduras que yo les he aplicado.
*El fragmento corresponde a la historia “E. B. n’ 48, VIII-1997, Appleton, Wisconsin”, publicada en David Foster Wallace, Entrevistas con hombres repulsivos, Edit. Mondadori, Barcelona, 2001.