Hace más de treinta años murió mi quinceañera.
Caminaba sin parar por las calles de Santiago.
A veces sin zapatos, se sentaba en las cunetas y hablaba con los gatos.
No sé de qué hablaba con los gatos.
Le gustaba que fueran seres sin historia.
Que se restregaran sin saberlo contra la locura de lo humano.
Le gustaba también la poesía.
Escribía y se cortaba el pelo sola, con los ojos cerrados.
La recuerdo sentada en el pasto, en una plaza.
Siempre con un cuaderno.
La recuerdo haciendo abdominales.
La recuerdo muy poco.
Tengo una foto de ella en la repisa.
A veces me siento a evocarla.
Rezo y lloro.