Abajo de les dejo un fragmento de monólogo interior del libro Las olas (1931) de Virginia Woolf:
Soy una sola persona: yo. No suplanto a Catulo, a quién adoro. Soy un estudioso sumamente disciplinado, con un diccionario a un lado, y al otro una libreta en la que anoto curiosos usos del participio pasado. Pero no se puede vivir siempre dedicado a disecar con cuchillo para mejor comprender estas antiguas frases. ¿Viviré siempre así, corriendo las rojas cortinas de sarga, y viendo el libro, como un bloque de mármol, pálido a la luz de la lámpara? Sería maravilloso dedicar la vida a la perfección, seguir siempre la curva de la frase, me llevara donde me llevara, a desiertos y arenas movedizas, haciendo caso omiso de señuelos y tentaciones, ser siempre pobre e ir siempre mal vestido, parecer ridículo en Picadilly.
Pero soy demasiado nervioso para terminar debidamente mis frases. Hablo aprisa, paseando arriba y abajo, para ocultar mi agitación. Me irritan tus pañuelos manchados de grasa. Mancharás tu ejemplar de Don Juan. No me escuchas, Te dedicas a hacer frases sobre Byron. Y mientras tú gesticulas, con tu capa y tu bastón, yo intento revelarte un secreto que a nadie he comunicado todavía. Te pido (ahí en pie y dándote la espalda) que tomes mi vida en tus manos y me digas si es mi destino causar siempre repulsión a quienes amo.
Te doy la espalda y nervioso muevo los dedos. No, ahora mis manos están en perfecta inmovilidad. Con exactitud abro un espacio en la librería y en él inserto el Don Juan. Ahí. Prefiero ser amado, prefiero ser famoso a seguir el camino de la perfección a través de las arenas. Pero ¿estoy condenado a producir asco? ¿Soy poeta? Tómalo. El deseo que llevo tras los labios, frío como el plomo, pesado como la bala, aquello con lo que apunto a las dependientas de comercio, a las mujeres, a las ficciones y a la vulgaridad de la vida (porque la amo), sale disparado hacia ti, cuando te arrojo – tómalo – mi poema.