A los putos se los ha acusado de depravados, virulentos, canallas, viciosos, sucios y perversos. En vez de resistirse a estos estigmas, Josecarlo Henríquez ha escrito un libro para probarnos que—al menos en su caso—todo esto es cierto.
Para ello adopta una ética y una estética del pillo, emancipadas de las expectativas sociales de funcionalidad en la familia y el mundo laboral. Camilo—su alter ego delictual—se entrega y goza de ese lugar de exilio semi-deliberado. No quiere ser reconocido por una sociedad que no lo reconoce a él, dice, y en adelante todo es provocación. Le muestra las garras a los que le llaman monstruo, desafiando al conservador y al puritano.
Enemigo de las banderas multicolor y lila, la demanda de reconocimiento social de las minorías le resulta burguesa. Observa que los movimientos LGTB excluyen temas clave de la política sexual (como la prostitución y el aborto), tienen como máxima prioridad el derecho a formar familias hétero-formateadas y están más interesados en la normalización sexual que en la liberación del deseo.
Josecarlo no quiere ser normal. No quiere ser incluido en una sociedad clasista, neoliberal, machista y puritana. Prefiere el derecho a la orgía universal que al voto matrimonial. Y prefiere tomárselo que exigirlo.
Piensa que sentarse a la mesa con los poderosos equivale a dormirse en los laureles, dejarse domesticar, volverse mansos1. Que la diplomacia y la búsqueda de consensos nos han empujado a este lugar de encierro. Que urge abrir una ventana, no para vencer, para respirar, para “hacer la vida más vivible”.
También nos dice “no hay futuro”, citando a los Sex Pistols, y “No creo en el éxito, creo en la porfía de resistir.” El capitalismo está hecho de acero y apenas se lo puede pellizcar. No hay proyecto político posible, solamente queda juntar odio,
1 Eso en cuanto a sentarse a la mesa, porque meterse a la cama con el poder es harina de otro costal. Camilo no encuentra problemático vender sus afectos a padres de familia pinochetistas o políticos de cualquier bando y en una entrevista reciente contó que quisiera convertirse en “la puta del poder”.
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morder con rabia, poner una bomba antes que la otra mejilla. La salida anarco- punk. Mejor victimario que víctima; contra el veneno, veneno. Sin cálculo político, sin otro programa que el de perseguir el deseo, desatar la rabia y devolver el golpe.
Una lógica resentida y violenta, pero no del todo pesimista. Más maníaca que depresiva. No sólo reactiva sino también creadora de valores, como la adopción de identidades sexuales politizadas, inestables y deliberadamente autoficcionales; el respaldo a sensibilidades, recorridos de vida, cuerpos y deseos minoritarios; y la conformación de tribus disidentes, de redes de solidaridad y acción. Valores como el desacuerdo, la desobediencia, el desquite, la destrucción y el desempleo.
Camilo practica y profesa una prostitución del des-emplearse, de renuncia al mercado laboral, por rebeldía, pero también por vocación y conveniencia. Una a la que él llama anti-trabajo o trabajo utópico, la del que siempre ha soñado con ser puta y más que su cuerpo vende una imaginación sucia, la del que trabaja poco y cuando quiere, esa que no implica esfuerzo, aburrimiento o sacrificio. Hija de la red 2.0, típica de travestis y (cito a Josecarlo) “narcisistas calentones”, me consta que también de algunas mujeres jóvenes con la vida material más bien resuelta.
Una los aspectos que seducen a Camilo de la prostitución tiene que ver con el gusto. Nos cuenta que a partir del contacto complaciente con cuerpos, fantasías y subjetividades diversas, las aversiones y fetiches biográfica y socialmente enquistados comienzan a descomponerse y la sexualidad se vuelve más flexible, más perversa y polimorfa, y con cada encuentro se amplía la gama de lo que puede ser gozado. Suena bien.
Una prostitución sofisticada, para iniciados. No la del sometimiento y la miseria, del tráfico de personas y proxenetas explotadores. Una prostitución que puede darse el lujo de oponerse a la despenalización porque tiene que ver con el derecho burgués y no es su problema. Que prefiere la falta de garantías, la marginalidad y el delito a la intromisión del Estado. En suma, una prostitución elitista y a la vez anarco-punk, que persigue su deseo de destruirse y destruir, de contaminarse y contaminar, lo más alejada posible del fastidioso discurso de las víctimas. Josecarlo piensa que de vidas destruidas por la prostitución ya se ha hablado suficiente y, en cambio muy poco se ha dicho sobre esas otras, a las que la prostitución podría emancipar.
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Aboga, por ejemplo, porque las jovencitas con escasas oportunidades aprendan a sacar mejor partido de su capital erótico. Que sepan que para escapar de la casa familiar no necesitan subastarse por una miseria. Que la prostitución no es degradante per se. Que todos vendemos nuestros cuerpos, que en eso consiste el trabajo, excepto el trabajo doméstico y reproductivo que lamentablemente las mujeres hacen gratis.
Los consejos para ciber-prostituirse de este libro son un aporte y, aunque Josecarlo se empecine en presentarse como amoral, su ética de la prostitución está muy bien fundamentada, como también el desmontaje de las falacias puritanas con las que se la ha castigado. Debería ser lectura complementaria en los colegios, discutirse en clases de filosofía.
Camilo piensa que entre trabajar en el Kentucky Fried Chicken y vender fantasías por chat no hay donde perderse. Que trabajar en cama, conociendo gente, desplegando y replegando el cuerpo, desplegando y replegando la fantasía, drogándose y conversando, es un privilegio. Y tiene razón.
La mayoría tiene edades, cuerpos y biografías que restringen esta posibilidad. La sexualidad de las mujeres es constantemente sometida a escrutinio y las transgresiones les pueden costar la vida o un exilio en el desierto. La mayoría no tiene acceso a tribus alternativas que las acojan.
Quienes pueden explotar—o siquiera explorar—libremente su sexualidad son apenas un puñado de personas. La mayoría no ha entrado en contacto con los espacios de posibilidad en los que estas alternativas germinan. La mayoría, sospecho, no está interesada en su propia sexualidad, porque en ella han encontrado más aversión que goce y más sometimiento que libertad.
En un mundo sin futuro, la figura de “la vecina” con la cual Josecarlo pretende reemplazar a la “compañera” de la izquierda tradicional—esa “señora puta, lunática y resentida que desde el barrio y las redes sociales se resiste al régimen heterosexual que la intoxica”—poco tiene que ofrecer a mujeres como la madre de Josecarlo, que se pasan la vida haciendo malabares para cumplir con las responsabilidades que les han asignado. Da un poco de rabia cuando el hijo disidente la invita a liberarse de esas obligaciones, como si la sumisión fuese para todas una pose fetichizada de la que se puede escapar a voluntad.
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Al Poder con mayúsculas—en el que de a ratos parece creer Josecarlo—no lo asustan el feminismo radical o la disidencia sexual. No son Mano Negra, las Brigadas Rojas ni el Ejército de los 12 Monos. Mucho más lo asustan el precio del dólar o la reforma educacional. Creo que es posible que el disfraz de puta conspiradora, terrorista infiltrado o corruptor de menores le sirvan a Camilo para coquetear, pero no debe ser iluso respecto de sus alcances.
Sí creo en la capacidad del feminismo radical y la disidencia sexual para alborotar conciencias, instalar sospechas y servir de viveros al pensamiento insubordinado. Pero cuando la retórica emprende vuelos tan altos que pierde de vista los circuitos limitados en los que opera, aparece el riesgo de entregarse a un teatro delirante de venganzas imaginarias mientras se desatienden las movidas estratégicas en el plano micro.
En suma, creo que se debe ser suspicaz—y más o menos realista—a la hora de anticipar los efectos de las acciones disidentes. Especialmente si sabemos que la fantasía es el motor libidinal del dinero; la promiscuidad es capitalizada por empresas de telefonía; las opciones estéticas se convierten velozmente en mercancías y los estilos de vida, en nichos de mercado.
Sin embargo, el punto más crítico de este libro a mi parecer es otro: Es que se trata de un libro huérfano, sin memoria histórica ni política. No hay futuro, pero tampoco hay pasado. Todo ocurre aquí y ahora, en su generación y en su barrio. La realidad se construye y se disuelve como en Twitter, a la velocidad del rayo. En el mundo expuesto, el feminismo y la disidencia sexual comenzaron ayer.
Las izquierdas revolucionarias no existen, tampoco los movimientos libertarios o la contracultura. Las izquierdas reformistas son cómplices del aplastamiento de las minorías y la anulación del potencial subversivo de los grupos autónomos. Todo es neoliberalismo, todo es mal, corrupción, fastidio y hétero-filia. Las imágenes de la televisión a 40 años del golpe sólo sirven como material pornográfico y para capitalizar nostalgias. La memoria de la violencia de la dictadura es oportunista y majadera.
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Menciona las palabras feminismo y feminista más de 50 veces, las conté. Pero sólo en un par de ocasiones es para referirse a algo distinto de las ideas y acciones propias o de su grupo de amigos. “El feminismo abortista ha irrumpido”, nos dice, y es el “más corto punzante”. Pareciera ser que el aborto es lo único realmente incomodante del feminismo y que esta reivindicación surgió en un living de su barrio. Por eso el feminismo requiere un urgente golpe de timón, y los encargados de darlo sería sus amigos de La Disidencia Sexual.
Por otro lado, La Disidencia Sexual, así con mayúsculas, es un monopolio, una marca patentada por su tribu. No existe en otros circuitos, bajo otras modalidades. Nuevamente no hay memoria, no hay una historia múltiple de gestos y discursos disidentes. En una trinchera está La Disidencia Sexual y en la otra sus enemigos, entre ellos (comillas) “las locas activistas de los 90”. O estás conmigo o te opones a la producción de imaginarios sexuales no normativos . Así aparece descrito el panorama en el libro.
En el paroxismo de este razonamiento, Pedro Lemebel no sólo no habría sido disidente, sino que era (en sus palabras) un censurador poderoso anti-disidencia sexual, una yegua terca y anciana. Esto porque osó a manifestar de manera apasionada y agresiva (¡El también era agresivo!) su repudio hacia la forma abordar precisamente el tema de la memoria política en el trabajo de un activista de la CUDS.
Entonces, desde sus privilegios de belleza y juventud, desde su cuerpo vivo que puede capitalizar, Josecarlo insulta a la vieja fea y muerta, desconociéndole los caminos abiertos y su valiente desacato político, artístico y sexual. Llega a decir que estos problemas no existirían si Lemebel se hubiera concentrado en escribir bonito.
A propósito de esto, me encantó un consejo que cuenta Josecarlo le dio la Hija de Perra: que al fascismo hay que buscarlo cada mañana en el espejo.
Pero escandalizarse por un complejo de Edipo tan desvergonzadamente expuesto no resulta provechoso. Muchas de estas cosas parecen diseñadas para provocar y caer en una trampa visible desde tan lejos es de bobos.
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Más interesante, creo, es preguntarse de qué manera afecta la desmemoria a ciertos activismos juveniles, sexuales o no. ¿Es un efecto paradojal de internet que el pasado pierda densidad? ¿Es vanguardismo o Alzheimer? ¿Disidencia o arrogancia?
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Estoy segura de que Josecarlo sabrá apreciar las licencias que me he tomado y este poco de reserva crítica. Más que mal se trata de un libro lleno de material polémico, que invita a una lectura política y enfrenta a los lectores con sus propias convicciones.
Más allá de mis encuentros y desencuentros con las ideas expresadas en #SoyPuto, creo que se trata de libro valioso y espero que sea leído intensamente, dé lugar a conversaciones apasionadas, carcajadas, gritos en el cielo y a más de alguna epifanía vocacional.
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