Tú te lo pierdes. Me pierdes. Allá tú tonto que no ves. / Me has llamado a disimular la ternura, a dejar de hablar de amor. Así lo matas. Porque él –mi amor por ti- está hecho de palabras. Nada más. / Tonto no. Sin mi amor tú no pierdes nada. Yo pierdo mi voluntad hinchada, mi deseo, el calor de mi cuerpo. Quedo fría y ya me empiezo a parecer a ti. Vacía. Me dan ganas de pararme en medio de la calle y hacerme atropellar. / El amor nada tiene que ver con esa estúpida sensación de habitar en el nirvana. O, al menos, si libera al corazón también lo oprime. Se deja caer sobre él con su peso insoportable. Por eso los suspiros ahogados. / Ya te has olvidado del amor. / Debes pensar que estoy loca. Pero me consuela saber que algo debes entender. Si puedes devolverle el brillo a las miradas de unas viejas de vidas opacas, debes entender. / Mi locura, entonces, es entregarme a ella, no resistirme, vivirla como inspiración, como motivo, estirarla hasta el hartazgo. Y gozar de mi dolor de vieja opaca. / Ay, si supieras todo lo que he pensado en ti. Si pudieras ver cómo te he inventado. Si intuyeras a tu fantasma expandiéndose en mi insomnio. Llenas el negro de la noche, el mundo, y me siento sola en el medio del desierto, recibiendo. Y tú, cielo poblado de estrellas, te dejas caer sobre mi pecho, asfixiando todo lo que he sido. / Tú dirás que no estabas ahí, que todo esto no ha salido de mi mente. Te escucho como a un rumor lejano hablando de solipsismo. Instalada en este desierto siento el ridículo de invocarte como al espíritu de un muerto. / Basta ya. Todo lo que digo también es una pose, un tono que adopto por amor a las palabras de amor. / Puedo subir la frecuencia, bajarla, suspenderla, pero la prueba concluyente de que es más que una pose es que regresa, aún me siento cómoda adoptándola, las palabras salen de mi boca. / Sería estúpido decir que ahora digo la verdad y antes mentía. Nada de eso. Siempre miento y siempre digo la verdad. Me refiero a ti. Siempre te miento y siempre te digo la verdad. / No me mandes a callar. Cállate tú y el efecto será el mismo. Si te alejo ya verás que siempre estuve lejos y no importa. / Quisiera besar tus muslos por dentro. / Escribo para conservar una sensación que en mi cuerpo ya no existe. Escribo para poder mirar su evanescencia. / Ya he comprendido que estás fuera de mi alcance. Eres una excusa. Te imagino, vanidoso, rabiando por ese lugar. / Mato el cariño. Tú sabes: una cosa lleva a la otra. / Espero que olvides esta carta. / Convertirás mi amor enloquecido en una anécdota para entretener a otras personas. Dirás que te impresionó mi enajenación, mi voluntad. Qué mierda. Estoy cansada, no te quiero mentir. Da igual lo que hagas conmigo después de lo que yo misma he hecho ya. / El amor dura poco, tan poco que ya no sé si alguna vez lo sentí. / Una señora que lleva horas esperando aquí, en el décimo séptimo juzgado del crimen, a que traigan a su marido desde la penitenciaría acusado de violar a una menor, me pregunta qué escribo. Una carta de amor. Abre los ojos muy grandes. Nunca ha escrito ni recibido una, me confiesa. / Tonto. Vuelves la cara justo cuando el ripio empieza a descascararse y aparece la luz de los brillantes. No había para qué tomarlos. No eran para echárselos al bolsillo. Eran para mirar. / Muero aquí. Buscarás una mirada tan intensa como la mía y me divierte pensar en el trabajo que te costará encontrarla. Yo, una sonrisa defectuosamente parecida a la tuya hasta quizás toparme con su reverso. /Si he vuelto a apostar por la belleza ha sido nada más que por ti y para ti. Aunque luego me quede yo con ella y pueda sacarle otros provechos. / Ay, que tonto has sido al enojarte por sentirte objeto de mis juegos de aburrimiento. Del aburrimiento solitario ha salido más de algún engendro que conmueve. Recibir sus golpes sobre tu piel anestesiada es lo de menos. / Si busqué provocarte es porque encerrados juntos en un espacio angosto, turbio y pantanoso, pensé que tal vez podrías abrir una ventana para evitar mi asfixia. No me aburro más que de los otros. Sola no. / No busco coincidir contigo ya. / Creo como tú: no existe el seductor, sólo el seducido. Por él pasa la vida. / Hay cierto tipo de belleza padecida, exagerada, autoindulgente, que sólo despierta en mí la crueldad. / Creo que mi amor por ti ya ha muerto y esto que escribo es su epitafio, o mejor aún: una sátira, escribir en lengua muerta por placer. / Tápame la boca y te besaré la mano. / Mis palabras de amor mueren aquí. No porque te alejen sino porque reconozco en ellas la agonía. / Boto tus besos a la alcantarilla para que desde ahí sigan buscando un rostro al que alcanzar. Me guardo uno eso sí. Uno quieto.