Brillante e idiota más o menos por igual, depende de con qué pata me levante. Feminista desde que sé que algo así existe, lo he ido perfeccionando, testaruda. Hay muchos feminismos que no me gustan nada, no discuto con quienes creen que los embriones son personas, y, aunque tengo momentos activistas, prefiero la lapicera al megáfono y el cajón.
Más escribiente que escritora: escribo mucho más de lo que muestro. A pesar de que he estado pensando seriamente en detenerme, no me animo (es como una adicción al esfuerzo, qué paradoja). Al menos quisiera escribir solo de manera gozosa y promiscua textos cortos, humoradas, diatribas, opiniones políticas, testimonios, cartas, cosas que no tienen nombre y, quizás, a veces, un cuento. Si tan sólo mis deseos fueran firmes y no deliciosamente lánguidos.
Paso del camisón a la túnica y de la túnica al camisón. Es una pequeña mitología personal esto que digo, a veces me pongo jeans, blusas, tacos altos y hasta buzos deportivos. Pero algo de cierto hay en el mito, es como si tuviera fibromialgia, depresión o fatiga crónica, sin los dolores, las tristezas o el cansancio, sólo un amor tierno por el tiempo lento. Y sin embargo algunos flemáticos me acusan de intensa, demasiado intensa incluso.
Hay quienes me creen pura dulzura y simpatía, a otros les parezco pesada, falsa pesada o falsa-falsa pesada; ya dirá usted. En un arranque de franqueza diré que igual no me da, quisiera que me adorara todo el mundo (no todo el mundo). Pudorosa hasta la farsa, aterrorizada del desprecio humano más que del juicio de dios, me cuesta sin embargo controlar la franqueza, es como un defecto del carácter.
Los pequeños vicios, los defectos del carácter, más que aversión despiertan mi interés. Lectora de textos marginales, vagabunda de los subterráneos de internet con sus callejones llenos de yonkis de corazón desesperado, nada de lo humano me es ajeno (leo que la frase fue escrita por un tal Publio Terencio Africano); nada, salvo el daño moral deliberado. A ese lo observo como si fuese de otro mundo.
Dirigir talleres literarios me apasiona, saca lo mejor de mí. En el futuro, quisiera trabajar no sólo con grupos sino también con individuos, combinando escritura de autobiografía y autoficción con prácticas de terapia narrativa. Para eso me he estado preparando los últimos años.
Publiqué junto a mi amiga Lucía Egaña la infame Enciclopedia del amor en los tiempos del porno y tengo varios manuscritos en el cajón que no me animo a publicar. He trabajado en instituciones buenas y no tanto, de izquierda y de derecha, públicas y privadas. He conocido bobos de izquierda y de derecha, gente buena de izquierda y de derecha, pero nunca he conocido a un momio inteligente y bueno al mismo tiempo.
Lectora intensa más que extensa. Desordenada. Me he educado así, picoteando en las humanidades y las artes, pero admiro la matemática y la música, y envidio la ingeniería y la gimnasia. Me muevo con gusto en el terreno de la lógica, especialmente la que permite humillar al enemigo, pero como me he puesto buena persona, me controlo.
Una depresión contribuyó a mi ponerme buena persona, me heredó una especie de compasión universal. Hubiese preferido seguir siendo mala, pero ni modo. El otro día un amigo me acusó de “Mafaldita”, “siempre tan preocupada por la humanidad”. Se estaba burlando. Lo que él no entiende es que no es una abstracción, es emoción y afán de sobrevivencia.
No soy la más bella de la comarca como alguna vez soñé que lo sería. Por momentos me hallo horripilante. Pero hace años esas voces me dejaron de amargar. ¡Qué alivio! Tanto tiempo perdido soñando con la belleza que llegaría en un mes, en seis meses, después de la dieta, del tratamiento, algún día; con un futuro de brillos y exclamaciones. Es lamentable. Hoy, sueño con fuerza, precisión, ligereza y salud. Como las viejas.
Ser vieja no me parece tan mal, salvo por eso de la muerte. Quisiera tener 22 años de nuevo, a pesar de la falta de experiencia; no por la cualidad neumática de la piel: por lo de la vida por delante. Tuve cáncer de riñón, una enfermedad rara y gravísima. Nada de quimioterapias ni rayos, cuando no se puede operar, mata. Luego de esa experiencia puedo decir con certeza que amo la vida hasta el terror. Quisiera hacer tantas cosas y soy tan lenta.
Lábil, llorona, río a carcajadas y sonrío doblado, a media asta. En los últimos años, a punta de selfies colectivas, he aprendido a sonreír con ambas comisuras apuntando en una misma dirección, hacia lo alto. Lo encuentro vulgar, me da pudor, pero peor es salir seria en la foto cuando el resto presume dentadura. Y es que soy tímida, me sonrojo con facilidad, para compensar escribo textos como este y celebro en las personas el arrojo.
Y ya que estamos confesando cosas: he tenido much*s más amantes de los que puedo recordar y he probado todas las drogas. De todas ellas, mi preferida es el chocolate. La única diosa ante la que me arrodillo es Ixcacao (tampoco creo en la homeopatía ni en los signos del zodiaco). Pueden hacerme luego las preguntas.
He estudiado formalmente estética, periodismo, crítica cultural y ahora último, terapia narrativa. Los grados y posgrados no me han servido más que para postular a funcionaria pública. La mejor educación la recibí de mi madre, de mi padre y de mi abuela. De la poesía y de la biblioteca familiar. De mis amig*s, de mis hij*s, mucho. Y algún*s amantes también me han enseñado cosas.
Panromántica, demi y postsexual, vivo con una mujer de inteligencia más o menos inversa a la mía. Agarra las cosas al vuelo, para divertirse estudia ecuaciones exponenciales y mareas, pero no es capaz de leerse una novela y entiende poco a la gente. Qué distintas que son, piensan algunos, nosotras incluidas a veces. En realidad nos parecemos en mucho. Somos por placer inadecuadas, irremediablemente raras, antisociales, impulsivas y aventureras, tan arrogantes como acomplejadas, estudiosas cada una a su manera, y escribimos, yo huevadas como esta, ella código, algoritmos, manuales. Nos gusta la política, hablar de política, pero no podemos hacerlo entre nosotras porque estamos cansadas de pelear.
Por último, tengo dos hijos a los que amo por sobre todas las cosas y dimensiones de este mundo (sé que esto no me hace una buena madre y vivo con el yugo de la culpa que las madres parimos con dolor). Con los dos comparto el sentido del humor y el silencio. Prefiero su compañía a la de cualquier otro ser humano, junto con la de la Vera, a veces.
Mis ideas políticas representadas en el diagrama de Nolan me sitúan en el vértice liberal-progresista. Políticamente soy parte de una cultura de izquierda, pero me siento incómoda (es una cosa familiar por lo visto). Cero romanticismo con la retórica de la rebelión popular, no me excita la justicia retributiva, le temo al estado aún más que a los mercados, no admiro a la primera línea ni creo en las ventajas del asambleísmo. Siento que acá debería pedir disculpas, comparto la frustración por la falta de justicia social, pero no lo haré, sorry.
Este 2020, año de la pandemia, lo he pasado en la isla de Chiloé. Ahora mismo, mientras escribo, el mar de plata está casi al alcance de mi mano, turbulento. No me interesa Chile, no me interesa la patria, quisiera una república chilota independiente, una insurrecta provincia, donde nadie nos juzgue, donde nadie nos diga que hacemos mal.
*UPDATE: A fines del 2020 regresé a Santiago, extrañando a mis hijos, mis perros, mis gatos, mis padres, amigos, la ciudad. Desde mi escritorio veo un pedacito de cordillera. Con la Vera ya no vivimos juntas, pero seguimos siendo familia. Acuérdenme de escribir un post sobre el futuro poliamoroso.
Me encantó leerte.
Que bacán cpmpartir cosas como “Por último, tengo dos hijos a los que amo por sobre todas las cosas y dimensiones de este mundo”.
<3