¿De dónde le viene al amor su prestigio? Nada goza de una reputación más asentada como infalible remedio contra los males del mundo; si bien todos reconocen que es pródigo en penas, ello simplemente colabora con su picante al sabor de este maná; quien lo posee, lo ostenta y lo complica de todas las maneras imaginables y quien no está en amores busca conseguirlos con la desesperación del ahogado al que se hurta el último madero. Lugar natural del absurdo y del equívoco, el amor no tiene siquiera aire de verosimilitud, pero, a fuer de espejismo perfecto, saca de su misma improbabilidad apoyos para su tinglado: inconmovible e inverosímil, satisface nuestra necesidad de creer en algo que nos salvará por hipótesis y el poético impulso de considerarnos perdidos más allá de toda ilusoria salvación. Contraponer sus exigencias teóricas y su realidad fáctica es un provechoso ejercicio de desfascinación, que nos ilustra de modo clarividente sobre los mecanismos de la ilusión (una desilusión amorosa es la lucidez al alcance de cualquiera, a poco que se le sepa aprovechar): ¡con qué admirable astucia se compaginan la biología y el soneto, la impersonalidad del deseo y la pretensión de distinción y unicidad del ser amado, el miedo a la soledad y la opresión del aburrimiento, la vanidad siempre hambrienta de aduladoras monsergas y el ansia de autohumillación y castigo! Todo falla en el amor, menos su capacidad de despertar interés; su éxito se fundamenta en gran parte en que proporciona un entretenimiento para mitigar el largo hastío de los días. Dos actividades han revelado sus virtudes en este campo: el trabajo y el amor. Pese a su parecido fundamental: una especie de necesidad natural que les serviría de fundamento, adobada con un montaje teórico y ritual monstruosamente hipertrofiado, y un mismo ofrecimiento de autorrealización, no cabe duda de que sus capacidades de despertar ilusión son notablemente disparejas: en este último campo el amor es realmente imbatible. Quien pudiera decir con verdad que ya no siente la menor ilusión amorosa –ni siquiera la de estar de vuelta del amor- habría ido tan lejos por el camino del desengaño que apenas parecería ya de este mundo: una piedra o un lagarto nos serían menos extraños que él. Si en la jerarquía de las mentiras la vida ocupa el primer puesto, el amor le sucede inmediatamente, mentira en la mentira. ¿Por qué superchería dos ojos nos apartarían de nuestra soledad? El amor adormece el conocimiento; el conocimiento despierto, mata el amor. ¿Quién tendría la ilusión lo suficientemente firme para encontrar en otro lo que vanamente ha buscado en si mismo? ¿Podría ofrecernos un calentón de tripas lo que todo el universo no ha podido ofrecernos? Y, sin embargo, tal es el fundamento de esta anomalía corriente y sobrenatural: resolver entre dos –o, más bien, suspender- todos los enigmas a favor de una impostura, olvidar esta ficción en la que chapotea la vida, con un doble arrullo llenar la vacuidad general y, parodia del éxtasis, ahogarse finalmente en el sudor de un cómplice cualquiera. Nos asaltan dudas al respecto, pero nuestra postura ante el amor es generalmente seria y denodada. Nadie bromea con los prestigios de la carne; la seriedad atroz de los libertinos de Sade, metódicos y disciplinados, tiene su correspondencia adecuada en los modernos manuales de perfeccionamiento erótico o en la severidad orgásmica de Wilhem Reich. Se admite tácitamente que nada merece más respeto que la vida sexual: en esto coinciden los partidarios de todas las represiones con los paladines liberadores. Dos víctimas atareadas, maravilladas de su suplicio, de su exudación sonora. ¡A qué ceremonial nos obligan la gravedad de los sentidos y la seriedad del cuerpo! Reventar de risa en pleno estertor, único medio de desafiar las prescripciones de la sangre, las solemnidades de la biología. En la relativa lucidez que separa mis propios accesos de arrebato, recupero mi risa para distanciarme del otro y de su entrega; cuando estoy poseído, se acabaron las bromas. Y es que presiento que la ironía va a dificultar mi funcionamiento: cualquier deficiencia o vacilación en materia erótica me aislará en una originalidad siniestra.