Libro de fragmentos, de apuntes, con descripciones, anécdotas, taxonomías improbables, ternura y malicia de una época, hace mil años, que es como decir Había una vez, donde las mujeres de la corte, las doncellas de la emperatriz, eran refinadísimas, encantadoras. Supongo que a las no tan divertidas las echaban del palacio para que no fuesen a arruinar la fiesta. Todo ocurría ahí: en el palacio. Escribía en un cuaderno que guardaba en su almohada, un cajón de madera, porque muy refinadas habrán sido, pero dormían con la cabeza sobre un palo. Escribían en un sistema silábico que, en la corte al menos, sólo usaban las mujeres, los hombres escribían usando ideogramas chinos. Los hombres escribían sobre política, batallas, negocios, lo divino, qué sé yo, cosas importantes. Sei en cambio (y otras mujeres de su época) escribieron sobre lo que observaban, de las costumbres, las pequeñas idiosincrasias, las diferencias, las compulsiones y obsesiones de los seres humanos. Era algo así como un diario de vida, pero no el sentido de un instrumento de introspección, de expresión (y de pasada construcción) de una subjetividad, y de sentimental no tiene nada. Eso le habría dado vergüenza ajena. Es más bien etnografía, y burla, y poesía. Escrito en fragmentos, sin deseo de elaborar un discurso complejo, de construir un castillo de palabras, sino más bien de transmitir impresiones, a veces contradictorias, y de fijarlas para el futuro, para el recuerdo. De lo más posmo. Dicen que su japonés es tan notable que aún lo enseñan en las escuelas como ejemplo del uso de la lengua. Es difícil saber, lo tradujeron Borges y María Kodama, desde el inglés. La versión de Borges y Kodama es hermosa, concisa, irónica, redonda y coloquial. Octavio Paz describió el libro como “un mundo milagrosamente suspendido en sí mismo, cercano y remoto a un tiempo, como encerrado en una esfera de cristal.”
* La foto es de la película de Peter Greenaway que se llama igual que el libro. Pero no está basada en éste exactamente, sino en la costumbre japonesa de guardar el diario de vida en la almohada.