Las trincheras de la apátrida

En sus últimas páginas, Lucía Egaña1  agradece a la escritura de este libro por las ideas con las que entró en contacto durante los ocho años que tomó su investigación; yo le agradezco a ella haber hecho este trabajo por nosotras. En los pocos días que toma su lectura, Atrincheradas en la carne nos lleva tras las bambalinas del feminismo, introduciéndonos a un universo de producciones culturales, autoras y colectivos, discursos y acontecimientos, que movilizan y potencian la imaginación. En este sentido tiene un componente didáctico importante. Pero, además de desclasificar materiales, este es un texto de ensayo (de experimento con el lenguaje), de historia feminista y de crítica cultural, donde la voz de su autora importa tanto como los asuntos expuestos.

A partir de una selección tendenciosa, Atrincheradas en la carne va urdiendo productos de la cultura de masas (como el porno convencional), activismos (con sus brazos armados tipo postporno), metáforas, posiciones letradas e iletradas, teorías del norte y del sur. Hace un mapeo de los distintos feminismos a partir de su relación con la pornografía y la prostitución, las (otras) minorías y las disidencias sexuales. Repasa la trayectoria del concepto de lo queer desde su surgimiento en contextos activistas del norte hasta su apropiación por la academia y su trasposición al sur, atenta siempre a las implicancias estéticas y políticas de su diseminación. Con una brújula interna que va alternando entre la convicción y la sospecha, aventura teorías, se toma libertades y, en este tomarse libertades, desobedece con alevosía las exigencias formales del lenguaje académico, adoptando la primera persona como imperativo feminista y hablando, cada vez que le parece oportuno, las lenguas paganas del testimonio, el manifiesto y la poesía. A diferencia de lo que ocurre con las voces sensatas, adecuadas en sus formatos, y, por lo tanto, intercambiables, algo hay aquí de excesivo e inadecuado que inyecta fuerza libidinal y agita la imaginación, se esté de acuerdo o no.

La distinción máxima con la que fue reconocida esta tesis (este es el origen del libro: una tesis doctoral) es en parte audacia académica (aún quedan reservas) y en parte resquicio legal. Lo cierto y verdadero parece importar menos que aquello que, en el terreno de los feminismos (siempre en plural) y las políticas de representación sexual, genera intensidades y desbarajustes. Se mueve más cómodamente en el terreno de los mitos (que levanta o destruye) que en el de las ciencias sociales, a las cuales (arrogancia contra arrogancia) mira desde lejos con desdén.

En una línea, Atrincheradas en la carne trata sobre las prácticas postpornográficas en Barcelona y sus referentes. Intentar definir lo que es el postporno sin aludir a prácticas o contextos específicos sería desafiar una sólida premisa de su autora: que no se puede. Pero es posible esquivar este obstáculo describiendo su modus operandi en relación con las prácticas hacker.

Hacia el final del libro, Lucía señala que (tal vez) el aporte más importante del postporno sea la traducción de la piratería informática a las estrategias transfeministas. Recogiendo discursos, acciones, manifiestos, repasa la relación entre postpornografía y software libre, donde metáforas coinciden y se potencian, materiales se contaminan, estrategias se replican y espacios culturales se superponen.

Muy esquemáticamente, el transfeminismo entiende el cuerpo como hardware y el género como un software “impreso en nuestros cuerpos y subjetividades”, muy difícil de modificar al ser de código cerrado—es decir, oculto, como el código del sistema operativo del computador que utilizo para escribir. El postporno, como práctica hacker, sirviéndose entre otras cosas de la ingeniería inversa (desarmar artefactos para observar cómo están construidos y así poder comprenderlos e intervenirlos), interviene los códigos de género con los cuales hemos sido programadas. Primero los observa y analiza, luego los modifica, subvierte su función original y los comparte, haciendo peligrar el control sobre el producto final (por ejemplo, la femineidad, o cierto tipo de femineidad). Todo esto a través de performances, videos, textos y otras producciones culturales.

Ahora bien, ¿debieran interesarnos en Chile este tipo de prácticas y reflexiones del lejano Reino de España? A pesar de los pudorosos reparos que ha manifestado su autora, en los párrafos siguientes explicaré por qué pienso que este libro podría aportar a la conversación en un momento clave para los feminismos locales.

Treinta universidades en toma feminista es algo inédito Chile y en cualquier otro sitio, el mundo debiera observar. Pero también aquí prestar atención al mundo, en primer lugar, porque, estemos o no atentas, somos permeables, no estamos precisamente aisladas. Que la forma en que los discursos encarnan en la acción sea original no implica que los discursos mismos lo sean. Llega poco de lo que se ha pensado y construido en los nodos de producción feminista fuera de Chile, y mucho de #metoo y otros fuegos de artificio inflados por los medios. Paradójicamente, este libro escrito en el norte puede contagiarnos la desconfianza hacia la adopción de mitos extranjeros y el afán por buscar antecedentes locales para afinar discursos, y lanza una advertencia sobre el hecho de que “dinámicas surgidas principalmente en los países del norte, comienzan a ser reproducidas en otras latitudes sin ser necesariamente cuestionadas en sus efectos”.

El caso de lo “políticamente correcto” (PC) es ilustrativo. Una reivindicación orientada en principio a proteger del matonaje a comunidades minoritarias en universidades norteamericanas, ha resultado (tiro por la culata) en una cultura de control institucional de las lenguas y las relaciones que dificulta la confrontación de ideas y la expresión de posturas disidentes2. Un manifiesto anarcoqueer citado en el libro acusa que lo PC sitúa a las mujeres y otras minorías en una posición desempoderante de víctimas y se rebela contra cualquier tutelaje autoritario de las buenas costumbres, sean éstas del tipo que sean. En esta misma línea el teórico transfeminista Jack Halberstam, sostiene que lo PC ha devenido en una retórica de la ofensa y el trauma, donde importan más el dolor y la sensibilidad individual ofendida que las violencias estructurales.

Si bien Lucía no toma un partido explícito por críticos de lo políticamente correcto como Halberstam, sí asume una posición militante (o encarnizada, diría ella tal vez, más furiosa y menos marcial) en el debate entre feminismos pro-sexo y feminismos abolicionistas (de la pornografía, la prostitución, etc.). Una posición a favor de las putas, es decir, de las que practican un sexo abyecto y/o sacan provecho económico de su actividad sexual. Un tipo de feminismos que, más que negociar con las autoridades y exigir protección, construye estrategias de autodefensa e imaginarios sexuales rebeldes, fantasiosos, revulsivos—nunca correctos—a la vez que se alimenta de comunidades sexuales de los márgenes de una sociedad patriarcal que, privilegiando prácticas monógamas y reproductoras de la sexualidad, ha confinado a las mujeres a espacios domésticos, vidas de servidumbre y destinos estereotipados. Es decir, se alía con lesbianas, transexuales, sadomasoquistas, putas, promiscuas, etc. Aunque, tal como nos recuerda este libro, los feminismos pro sexo, más que aliarse con estas comunidades, surgen de ellas.

En Chile este tipo de feminismos existe desde hace décadas. Sus manifestaciones han sido artísticas, contraculturales, nocturnas, queer; han crecido en colectivos, patios universitarios, fiestas, talleres de escritura; circulado por redes digitales y sido coronadas por ensayos críticos3  y papers académicos. Se trata de unos feminismos más cercanos a la revuelta que al lobby, al anarquismo que al socialismo, más interesados en desmantelar la femineidad que en levantarla como bandera, en tomarse libertades que en negociar. Es bueno recordarlo, porque la confusión que crea el término feminismo usado en singular es mayor. Y, reitero, la lectura de Atrincheradas en la carne es una excelente forma de introducirse a estas distinciones y a los debates que, en distintos momentos y geografías, han profundizado los cismas.

Por estos motivos espero que el libro sea publicado en Chile o, mejor aún, en Internet. Pero también por algo más sentimental: porque pienso que tiene un potencial liberador. Hay ciertas escrituras, ciertas producciones culturales, que les permiten a sus lectores pensarse de maneras novedosas, ya no como individuos aislados objetos de mala fortuna o incapacidad, e imaginarse unas vidas distintas. Luego salir del clóset, renunciar al trabajo, dejar al marido, establecer alianzas y elaborar estrategias de resistencia. Pienso que este libro puede tener este efecto especialmente en ciertas, tal vez muchas, mujeres jóvenes.

Uno de los últimos capítulos de Atrincheradas en la carne trata sobre el fracaso y el error. En palabras de Lucía, este apartado es un ritual de cese al fuego y un conjuro. Lo que a ella le ha permitido expresarse (atreverse a hacer películas sin buenos aparatos ni pericia técnica, a escribir a pesar de las amenazas del fracaso) es también lo que ha hecho posible la manifestación cultural y política de las comunidades queer y transfeministas.

Algo de esto viene del punk: hacer música aunque suene mal, escribir aún con faltas de ortografía y de conocimientos, crear, experimentar, sin buscar la aprobación de expertos o instituciones, sin plata, sin razones bien argumentadas, porque sí, porque se les da la gana, porque les dijeron que no podían y sin embargo pueden. Sin esperanza de retribución económica ni deseos de reconocimiento institucional, por el contrario, viendo en el reconocimiento institucional una amenaza a lo que habría de genuino en sus producciones culturales (entendido lo genuino como un artificio afín).

Dice el ya citado Halberstam que el miedo a hacer las cosas mal, a no ser tomadas en serio, es lo que lleva a las personas a optar por cursos convencionales de acción, rutas probadas, lo que puede destruir una escena. Los fantasmas del fracaso, de la soledad y de la inutilidad acaban con aventuras políticas; los fantasmas del genio, de la experticia, del talento acaban con la escritura y la producción artística potencial; la falta de medios, de equipos, de financiamiento, de consensos, acaba con proyectos tecnológicos, científicos, sociales; los fantasmas de la belleza, de la gracia y la adecuación, dañan la autoestima y derrotan a quienes se les aparecen. Por este motivo es de esperar que este libro, con su defensa del error, abra frentes insospechados de creatividad, potencia y resistencia colectiva en sus lectoras, animándolas a crear, escribir, hacer política, sin miedo a la sanción, abrazando el fracaso como un salvavidas con el que escapar del yugo de los valores con los que se mide el éxito. Es de esperar. Tal vez.

O tal vez me he dejado llevar por el entusiasmo. Con su escepticismo hacia el progreso y su desprecio hacia la felicidad y la realización individual, Atrincheradas en la carne está las antípodas de los libros de autoayuda. Su inocencia no es esa. Tal vez sí la aversión que expresa hacia el dinero y los mercados (confundidos siempre con neoliberalismo) y la ambivalencia hacia el Estado, al que rechaza de manera visceral (como anarquista) y del que al mismo tiempo espera que crezca y corrija desigualdades (como socialista). Ambivalencia que nos cruza a tantas herederas de la izquierda. Me dirán que no se trata de inocencia sino de realismo, que las políticas de quienes abrazan el fracaso sólo pueden ser micropolíticas, subversiones más o menos simbólicas, construcción de enclaves marginales de resistencia. ¿Qué puede importar lo que piensen sobre la república liberal y su administración quienes oscilan entre el voto minoritario y la abstención? ¿Qué puede importar lo que piensen sobre el curso de la historia? No pasa de ser algo íntimo, como la oración del ateo ante la enfermedad del hijo, unas bienaventuranzas sin paraíso, unas utopías sin esperanzas.

Y sin embargo, paradójicamente, el tono político del libro no es melancólico, sino más bien heroico. En estas micropolíticas, en estas subversiones más o menos simbólicas, en la construcción de enclaves marginales de resistencia y de unas trincheras (de carne) para protegerlos, parece hallar una reserva de optimismo. Y es ese tono heroico el que fascina (el que me fascina), esa afirmación de la voluntad fuera de todo cálculo racional. Una voluntad de asaltar al enemigo poderoso desde las trincheras del cuerpo, ya no en nombre de la patria (que las feministas no tenemos patria) ni de la humanidad (confundida durante tanto tiempo con el Hombre), si no junto a la manada rabiosa, deseosa de celebrar la vida mientras dure.

Atrincheradas en la carne. Lecturas en torno a las prácticas postpornográficas
Lucía Egaña
Editorial Bellaterra
2017

Agregar un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos requeridos están marcados *