¿Talleres presenciales otra vez?

Está pandemia es como una bomba, como una guerra, difícilmente las cosas volverán a ser como antes. ¿Volveremos nosotr*s? ¿Volveremos acá?

Extraño las reuniones frente a frente. Antes, entremedio y después del trabajo (intenso) de taller, conversábamos, comíamos, algun*s fumaban, otr*s tomaban vino o café. Ahora es distinto, pantallas mediante algo se pierde: el aura de los cuerpos, el desbande de la conversación, un mayor espacio para lo imponderable. Eso es indiscutible. Pero ni la intimidad se pierde ni el trabajo afloja, los talleres 2020 me lo demostraron. Seguramente porque la intimidad está sobre todo en los textos y sus lecturas, y la seriedad de ese proceso está intacta. Quizá hemos trabajado más que nunca.

De sesiones semanales pasamos a quincenales, para que no fuera a pasar que alguien llegara sin su texto listo para estrenar en sociedad. Eso estuvo bien. Los grupos han debido reducirse y la conversación hacerse aún más ordenada, pero nadie ha escrito menos que antes, creo. Y han pasado cosas muy buenas; por ejemplo, han podido incorporarse a los talleres personas de otras ciudades y hasta de otros continentes. Y yo me he pasado la mitad del tiempo en Santiago y la otra, en Chiloé, lo que para mí es un sueño. ¿Vamos a querer volver atrás?

No se puede, creo yo. Quizá deberíamos copiarle a las instituciones que están pensando estas cosas bien e imaginar un futuro semipresencial. Continuando con el trabajo intenso online, perfeccionando las herramientas (como esta página web, que hice yo mismita <emoji fanfarrón>), y agregando una semana anual de trabajo presencial intensivo y reuniones sociales cada dos meses en las que conversar, comer, sacarse selfies, conspirar, tomarle el pulso al resto e imponderear: bailar, tal vez, o emborracharse. ¿Parece buena idea?

Estoy pensando por escrito, son fantasías nada más, las decisiones las tomaremos junt*s. Quizá volvamos a trabajar de manera mayoritariamente en vivo. Quizá puedo hacer un grupo para la gente que está lejos o prefiere su sillón. Lo que es seguro es que seguiré yendo y viniendo de Chiloé. Nada que hacerle, tengo el corazón dividido, cada vez que viajo se me queda la mitad.

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